Sí, el estado puede (y debe) intervenir en la economía española


Antes de nada, hay que aclarar que no soy economista.  Sin embargo, sí sé algo de historia, especialmente de historia económica.  Es debido a mis humildes conocimientos sobre dicha materia que no he podido evitar darle vueltas a una idea que incumbe nuestra maltrecha economía nacional.  No obstante, un economista bien preparado podría desmentir mis afirmaciones o discutir mis conclusiones.  De todos modos, vamos a ello.

Se dice mucho, especialmente desde los círculos de la “nueva vieja derecha”, es decir, aquella que renuncia al legado thatcherista y recupera al estado y la reforma social como algo valioso y que hay que tener en cuenta, que debe existir intervención en la economía por parte del gobierno.  A esto, los herederos de la Dama de hierro sacan una retahíla de datos, políticas gráficas, anécdotas e historias varias (todas sacadas de contexto) sobre la falsedad de esa afirmación y sobre como la “libertad económica” permite la máxima prosperidad.  Nunca hay un análisis profundo sobre causas y efectos, solo hay ejemplos de países más o menos fieles a su discurso y comparaciones con el antiguo bloque comunista.  Sin embargo, aquí se intentará demostrar desde un punto de vista histórico y, porqué no, económico, porqué España SÍ necesita la intervención del estado.  No de forma general, sino ahora mismo, en este preciso momento.

El razonamiento es muy simple, lo cual no implica directamente que sea erróneo.  Hay dos formas de crecer: de forma extensiva y de forma intensiva.  El crecimiento extensivo se da cuando, sencillamente, se incorporan nuevos factores de producción (tierra, trabajo, capital y tecnología) que antes no existían o estaban infrautilizados.  En cambio, el crecimiento intensivo es producido por el aumento de la productividad, es decir, cuando los factores son utilizados de forma más eficiente.  El crecimiento extensivo suele ser propio de sociedades poco desarrolladas, como podía ser la URSS en los años de Stalin, la cual experimentó un crecimiento brutal a base de forzar la reasignación de los factores (a veces con resultados catastróficos para la población rusa).  Cuando ya no quedan factores que incorporar, el crecimiento se detiene y hay que buscar formas de sacarles más partido; eso es algo que la URSS no fue capaz de hacer y es una de sus razones de su estancamiento y declive.

Ahora bien, ¿en que situación se encuentra España?  Como país del primer mundo volcado casi en su totalidad a los servicios, podría pensarse que hemos superado la fase de crecimiento extensivo desde hace mucho tiempo.  No obstante, creo firmemente que no es así y que hay una enorme cantidad de recursos infrautilizados que, como en tantos otros países en épocas pasadas (de forma menos radical que la URSS), el estado deberá movilizar en cierta dirección para impulsar de nuevo la economía.  En resumen: España está en condiciones de optar por un crecimiento extensivo, algo que se puede ver en la situación de sus factores de producción.

Sin entrar en el debate sobre si debe o no potenciarse la agricultura, en lo que al factor “tierra” se refiere hay una cosa muy clara: España tiene valiosísimos recursos en su subsuelo que, simple y llanamente, el gobierno no quiere explotar.  Estamos hablando de que, según el Consejo Superior de Colegios de Ingenieros de Minas (Cscim), bajo el subsuelo hispano hay gas para autoabastecer la nación durante cuarenta años, cifra que Deloitte aumenta hasta sesenta años; también sabemos que hay petróleo cerca de las Islas Canarias, miles de millones de barriles, el cual el gobierno de Marruecos va a explotar porqué decidió unilateralmente que estaba en sus aguas, algo que fue permitido alegremente por el gobierno español; por último, Berkeley Minera España desveló que el país cuenta con las mayores reservas de uranio de Europa y que podrían abastecer sus centrales nucleares durante más de diez años, dejando de depender de otros países como Rusia.

En lo que se refiere a capital, lo más llamativo de todo es la abundancia de dinero mal invertido, cuando no directamente despilfarrado.  Solo en subvenciones, en 2020 el estado español gastaba 120000 millones de euros, según el periódico Vozpópuli.  Cierto es que ahí se incluyen partidas importantes, como las formaciones del SEPE o el Fondo de Compensación Interterritorial, hasta gastos poco acertados (3,5 millones a incentivar planes de igualdad en pymes) o directamente delirantes (Plan de Desarrollo Gitano).  En cualquier caso, estamos hablando de miles de millones de euros gastados a discreción por parte de multitud de organismos burocráticos, caóticamente y sin ningún plan coherente.  Un gobierno enfocado realmente en un crecimiento extensivo debería concentrar estos recursos para colocarlos en los sectores con mayor proyección, tal y como han hecho multitud de naciones a lo largo de la historia, desde la URSS (mediante planificación central) hasta Corea del Sur (a través de un sistema dirigista), pasando por la España del desarrollismo.  Esto no significa solamente regar de subvenciones a ciertas ramas de la economía, sino también establecer incentivos fiscales, reduciendo ciertos impuestos para que sigan en manos de los agentes privados que protagonizarían el crecimiento.

Continuado aún con el capital, podemos hablar también del capital fijo, especialmente de las infraestructuras.  El economista Daniel Lacalle ya hablaba hace casi una década de la sobrecapacidad en infraestructuras que la era de la burbuja había dejado en España.  Un estudio de la Asociación de Geógrafos determinó que, entre 1995 y 2016, se habían gastado 81000 millones de euros en infraestructuras de todo tipo que resultaron ser innecesarias (aeropuertos, ferrocarriles, autopistas, centros culturales o para acoger grandes eventos…).  No hay en estas líneas una propuesta concreta para tal cantidad de elementos, pero desde el gobierno podría hacerse un esfuerzo para reincorporar toda esta infraestructura o parte de ella a la actividad económica, exprimiendo su potencial, aunque su cometido se alejase del planteado originalmente.

Por último, hablemos del factor trabajo.  En España, el país del 30% de paro juvenil, hay abundancia de mano de obra (y, además, joven) que está siendo totalmente desaprovechada.  A esta hay que añadir la que, en los próximos años, será desplazada por la tecnología ya que, según el informe “Flexibility at Work, Abrazando el cambio”, en España el 52% de empleos podría automatizarse total o parcialmente.  Así pues, la igual que pasaba con la tierra y con el capital, contamos con una enorme cantidad de fuerza laboral que no está produciendo o que está en riesgo de dejar de hacerlo próximamente.  Esto quiere decir que quedará disponible para integrarse en la vía que establezca el gobierno para crecer.

Ante este tipo de propuestas, es muy habitual que aparezcan los sectores liberales llevándose las manos a la cabeza y argumentando la pésima idea que es que el estado intervenga tan agresivamente en la economía.  Tiene en parte razón, especialmente cuando nos hablan del tan cacareado declive de la URSS o de ciertas inversiones desastrosas del INI franquista.  No obstante, hay que aclarar dos cosas.  La primera es que la alternativa planteada a estos fiascos, muchas veces, es dejar que la “mano invisible” escoja los sectores que han de sobrevivir en base a la “ventaja comparativa”.  Eso significa que el país se especializará en aquello que es más rentable económicamente, al menos en el contexto muy concreto de su época.  Que sea rentable no quiere decir que sea recomendable; la prueba más palpable es la propia España, la cual ha quedado reducida a un chiringuito improductivo debido a la “ventaja comparativa” que le da su clima.  La segunda es que muchos de los casos de ineficiencia que trae la intervención del estado se dan en la fase de crecimiento intensivo, no en la de crecimiento extensivo.  Es lo que sucedió, como se ha mencionado al principio, con la URSS.  La fase de crecimiento extensivo no es tan compleja como la del aumento de la productividad.  No es de extrañar, pues, que históricamente el estado haya tenido un papel tan importante a la hora de reasignar los recursos para, por ejemplo, dar a luz a la Primera Revolución Industrial.

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