Regeneracionismo: el primer nacionalismo español
Aún persisten las
discusiones sobre si las naciones son comunidades ancestrales cuyos miembros se
hallan unidos por lazos étnicos y culturales (visión alemana o historicista) o
si nacen en los albores de la Edad Contemporánea como una reunión de ciudadanos
libres unidos por el contrato social (visión constructivista y liberal). Sin embargo, lo que está claro es que el
nacionalismo como tal es un producto moderno.
Siguiendo la definición
de Eric Hobsbawm (quien, a su vez, la recoge de Ernest Gellner), el nacionalismo
es un principio que afirma que la unidad política y la unidad nacional deberán
ser una sola cosa y que la organización política que representa la nación debe
contar con la lealtad de sus habitantes (1990, 17). Sin embargo, no todos los nacionalistas comparten
el mismo concepto de “nación” ni el grado de “lealtad” que los ciudadanos deben
mostrarle. Es por ello que han existido
distintos tipos de nacionalismo, tanto en el mundo como en España.
El estado-nación español
nació en el siglo XIX con la Guerra del Francés y, con él, lo hicieron los distintos
nacionalismos. Álvarez Junco, en su obra
Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX (2001) nos habla de ellos. El primero fue el nacionalismo liberal, “constructor”
de una nación española libre, laica y soberana frente a la monarquía absoluta
de los Borbones. Los liberales decimonónicos
eran nacionalistas en tanto en cuanto “nación” para ellos era sinónimo de
constitución, de libertades individuales, de sistemas parlamentarios y, tras sus
conflictos con el clero, de laicidad.
Para ellos, el alma de los españoles era la libertad (ejemplificada por
la sempiterna resistencia al invasor, desde los celtíberos a los comuneros).
La idea de nación fue monopolio
de los liberales hasta que, tras las sucesivas derrotas del carlismo y la
implacable llegada de la modernidad, a los sectores más conservadores no les
quedó más remedio que aceptar el término (al que despreciaban por ser, precisamente,
demasiado liberal). La solución: identificar
la nación española con la religión católica, auténtica alma de la primera. Es así como surge un nuevo proyecto al que
Álvarez Junco ya bautiza como “nacional-catolicismo”, cuyo proyecto político
resume basándose en la obra de uno de sus más ilustres artífices, Marcelino Menéndez
Pelayo: unidad política, por encima de la libertad, y monolitismo católico
(2001, 430).
Si prestamos atención,
veremos que, si bien son indudablemente nacionalistas porqué fueron ellos (desde
los liberales de 1812 y 1868 hasta los conservadores de la Restauración), a lo
largo del siglo XIX, quienes desmontaron el antiguo sistema absolutista y construyeron
el estado-nación español, ambas corrientes someten a la nación a un objetivo
mayor, ya sea la implantación de las libertades del hombre o la defensa de la Iglesia
y los dogmas que de ella derivan. En el
caso del nacional-catolicismo, considerado frecuentemente como la apoteosis del
nacionalismo español, las limitaciones que ello suponía llegarían a notarse
hasta en el régimen pretendidamente totalitario de Francisco Franco (op. cit.,
462).
Sin embargo, 1898 lo cambiaría
todo. El imperio español desapareció definitivamente
y solamente quedó de él una España económicamente atrasada, analfabeta y dominada
por unas oligarquías político-económicas inamovibles. Es aquí donde nace un nuevo tipo de nacionalismo
español, habitualmente conocido como “regeneracionismo”. Los regeneracionistas sentían que el enemigo
de España estaba dentro de sí misma, encarnado en los partidos políticos del
sistema canovista y su vasta red de caciques; todos ellos parasitaban el
auténtico e inmaculado cuerpo de la nación, el pueblo llano, manteniéndolo en
la miseria y alejado de las glorias de Europa.
En esa situación, solamente se impone un objetivo: purgar la nación,
sacarla de su atraso y colocarla en lo más alto del podio de las naciones.
Vemos entonces que se trata
de un nacionalismo más puro que los anteriores, al cual se le puede atribuir
una de las características fundamentales que Carlton Hayes (1931, 166) vislumbra
en el “nacionalismo integral” (término acuñado por Charles Maurras): la
concepción de la nación no como un peldaño hacia un nuevo orden, sino un fin en
sí mismo. Uno de los principales
adalides del regeneracionismo, Ricardo Macías Picavea, confirmaría esto en su
obra Los males de la patria, diciendo: “No hay fórmula, por otra parte,
más depuradora de todo arbitrismo o ideológico o inadecuado (…): marchar
constantemente en la nación y con la nación.” (Picavea 1899, 318). Y es que el libro de Picavea rezuma
nacionalismo por todas partes. Constantemente
habla de “resurrección nacional”, “renacimiento nacional”, “instituciones
nacionalistas”, “nacionalizar la monarquía”, “nacionalizar el gobierno” …
Este nacionalismo se ve
también, por supuesto, en el primer espada del regeneracionismo: el aragonés
Joaquín Costa. Habitualmente se ha recalcado
la ambigüedad de su figura, siendo difícil situarlo en la órbita conservadora o
en la liberal progresista. Esto se debe,
precisamente, a su carácter nacionalista.
Podemos decir que abrió una suerte de “tercera vía” con una personalidad
propia. Y es que, por un lado, Costa seguía
reivindicándose como liberal, como vemos en su obra Oligarquía y caciquismo como
la forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla, afirmando
que su objetivo es demoler el sistema corrupto para instaurar un auténtico
sistema “europeo y de self-government” (Costa 1901, 61). Más, por otro, conforme avanzamos en su obra
encontramos que su liberalismo es, por lo menos, relativo.
Para empezar, desprecia el
régimen de la Restauración no solo por corrupto, sino también por ser ajeno a
la idiosincrasia española, asegurando que es inviable implantar un régimen
parlamentario liberal sin “adaptarlo” al “patrón indígena, costumbres del
pueblo, tradiciones vivas de la nación” (op. cit., 80). Así pues, ya detectamos ciertas anomalías
frente al liberalismo clásico, que concebía (y sigue concibiendo) un solo
sistema para toda la humanidad.
Pero, aún asumiendo que
el resultado seguiría siendo un régimen parlamentario liberal, Costa afirma que
esto solo podrá tener lugar en el futuro.
Antes, hace falta una “política quirúrgica” ejecutada por un “cirujano
de hierro”, un “libertador” al margen de las instituciones que “ha de sacar a
la nación del cautiverio en que gime” (op. cit., 75). El fin último de todo aquello no es otro que
engrandecer España hasta volverla “europea”, más Costa recalca que la “europeización”
no debe implicar “desnacionalización”.
Esto es: para que España sea grande y soberana, debe aprender de Europa,
tal y como hizo Japón durante la Restauración Meiji. Solo de esta manera se
logrará evitar que sea una potencia extranjera la que saque al país del atraso
por la fuerza, como le sucedió a China (op. cit., 224).
Si todo esto no es
suficiente, las propuestas que el autor incluye en las páginas de su obra nos
dan muestra de la personalidad de este. El
siguiente enlace contiene dichas páginas:
“Política revolucionaria”,
“política esencialmente libertadora, como no lo ha sido ni
lo puede ser la de los «liberales»”, “cambio radical en la aplicación y
dirección de los recursos y de las energías nacionales”… En conclusión, vemos que el liberalismo (o “neoliberalismo”,
como el mismo lo llama) de Costa es, en verdad, relativo, pues el foco de su
atención es siempre la nación, a la que se refiere casi como un organismo vivo
al que hay que sanar cueste lo que cueste.
Si, a principios del siglo XIX, los liberales subordinaban la nación a los
dogmas de su teoría, en el regeneracionismo eso sucede al revés: el liberalismo
político y económico será relegado a un segundo plano por el “interés nacional”. Lo primordial para esta corriente será la prosperidad
de la nación (que deberá provenir, según sus autores, del fomento de la riqueza
mediante obras públicas y de la educación) y su engrandecimiento en el tablero
internacional.
Es por todo esto que
decimos que el regeneracionismo fue el primer nacionalismo español moderno. Moderno porqué asume plenamente el advenimiento
de la modernidad y lo lejos que está España de ella en algunos aspectos;
moderno porqué mira hacia los grandes estados de Europa y busca emularlos y, en
última instancia, superarlos, del mismo modo que lo había hecho el emperador Meiji
en Japón y como lo harían más tarde otros líderes nacionalistas, como Ataturk
en Turquía o Nehru en la India; moderno porqué este, y no los anteriores, se encuentra
más próximo al “nacionalismo integral” y se sitúa en la misma senda en la que
más tarde aparecerían los fascismos. A
nivel español, fue incapaz de cristalizar en una opción política con posibilidades
(la Unión Nacional fue un fracaso estrepitoso), por lo que buena parte de su
legado fue absorbido por el nacionalismo conservador, ya fuese por el mallorquín
Antonio Maura o por el general Primo de Rivera.
En cualquier caso, antes del franquismo, del falangismo o del corporativismo
derechista de Acción Española, existió Joaquín Costa y existió el
regeneracionismo.
Bibliografía:
- Álvarez Junco, José
(2001). Mater dolorosa: la idea de España en el siglo XIX. España:
Taurus.
- Costa, Joaquín (1901). Oligarquía y caciquismo como la forma
actual de Gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla. Biblioteca Virtual Omegalfa.
- Hayes, Carlton (1931). The historical evolution of modern nationalism. Nueva
York: The Mcmillan Company.
- Hobsbawm, Eric (1991). Naciones
y nacionalismo desde 1780. Barcelona: Crítica.
- Macías Picavea, Ricardo
(1899). El problema nacional.
Madrid: Instituto de Estudios de Administración local.
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