Reconstruyendo al Cid: caballero, mercenario, déspota, señor...
Todo el mundo conoce a don
Rodrigo Díaz de Vivar. Se han escrito novelas
y se han hecho películas sobre él y sus hazañas. Sin embargo, en una época en la que se trata
de demoler cualquier pilar de nuestra historia nacional, también se ha
intentado deslucir su figura, la cual, sin duda, fue distorsionada durante el
siglo XX. Así pues, se ha atacado sin
piedad cualquier atisbo de honor y grandeza atribuidos al Cid, diciendo que no
era más que un mercenario codicioso y ególatra.
Se puso al servicio del taifa de Zaragoza, luchando contra otros
cristianos, y luego se apropió de Valencia, traicionando a su rey y
gobernándola como un déspota hasta su muerte.
Por supuesto, al igual
que la versión del franquismo, esto no es más que una interpretación interesada
de hechos que sí sucedieron. La realidad
es que el Cid fue un hijo de su tiempo, uno de los más destacados. Luchó como noble al servicio de los reyes
castellanos y, por supuesto, en defensa de sus protegidos… como el taifa de Zaragoza,
cuyo territorio era ambicionado por los reyes de Aragón. Incluso durante su primer destierro, David
Porrinas afirma que pudo favorecer indirectamente al rey e Imperator totius
Hispaniae, Alfonso VI, pues había conseguido contener, al menos de momento,
el avance territorial de Sancho Ramírez de Aragón.
Don Rodrigo fue acusado
de traidor por Alfonso al no acudir le primero en su ayuda durante el sitio de
Aledo, pero no se sabe lo que pasó realmente durante aquel episodio. Lo único que sabemos es que, desde este
momento, “la vida de Rodrigo Díaz fue un continuo deambular de un lado para
otro, una época en la que consolidó posiciones, se acercó cada vez más a
Valencia, lanzó cabalgadas a diestro y siniestro, estrechó alianzas y sometió a
tributo y también encendió odios profundos hacia su persona” (Porrinas, 2019). Incluso en esta etapa, don Rodrigo trató de
acercarse de nuevo al rey, ofreciendo sus tropas en Martos para participar en
la lucha contra un nuevo y temible enemigo: los almorávides. Sin embargo, el encuentro resultó infructuoso
y las tensiones entre el emperador y el Cid se mantuvieron, hasta estallar
definitivamente con la devastación de La Rioja por parte de este último
(territorio que estaba en manos del mayor enemigo cristiano del de Vivar,
García Ordoñez).
Tras esto, llegó su gran
hito: la conquista de Valencia en 1092-1094. Si durante toda su vida, plagada de campañas,
había dado sobradas muestras de su habilidad militar, su papel como señor del
levante refleja igualmente sus capacidades.
Sabiendo el fuerte arraigo de las élites y la cultura andalusí, para las
cuales él era un externo con un ejército fuerte, recurre a la misma estrategia
que, siglos más tarde, utilizarían los conquistadores en el Nuevo Mundo: la absorción
de las estructuras preexistentes, en este caso andalusíes, que don Rodrigo conocía
muy bien desde su estancia en Zaragoza. Javier
Peña lo resume así:
Señor feudal en la
sociedad cristiana; protector del zoco y garante del sistema tributario-público
en la sociedad islámica: todo un personaje transfronterizo, cuyos buenos
oficios también pueden observarse en otras facetas de la cultura.
Todo ello, sin embargo, no
le impidió seguir reforzando la fe cristiana que profesaba: sin ser un fanático
religioso, convirtió la mezquita mayor de Valencia en una iglesia en honor a Santa
María, entregó propiedades a la fe católica y trató de ponerse bajo la
autoridad del papa Urbano II, el mismo que proclamó la Primera Cruzada. En un diploma emitido por don Rodrigo en
aquellos momentos, puede atisbarse una clara visión reconquistadora:
Así, transcurridos casi
cuatrocientos años bajo la calamidad, se ha dignado el Padre Clementísimo
apiadarse de su pueblo, suscitando en el nunca vencido príncipe Rodrigo, el
Campeador, al vengador del oprobio de sus siervos y propagador de la religión
cristiana (…) Y habiendo vencido al
innumerable ejército de los moabitas y de los bárbaros de toda España en un
abrir y cerrar de ojos sin ningún daño de su parte más allá de cuanto puede
creerse, consagró a Dios como iglesia la misma mezquita.
Poco después, un 10 de
julio de 1099, moriría el príncipe de Valencia entorno a los cincuenta años. Una muerte prematura provocada por su
constante movimiento en busca del combate.
Tras estos párrafos, hemos
podido poner en orden ciertas ideas que nos permiten aproximarnos a esta
importante figura de una forma más acertada.
Ni caballero casto y puro, ni mercenario avaricioso: fue un hijo de su
tiempo, uno de los más destacados; Volviendo de nuevo a Peña, podríamos referirnos
a él:
con la expresión
“habitante de frontera”, mediante la cual pretendíamos llamar la atención sobre
el atractivo y la fascinación que, durante los años de su madurez, pareció
ejercer sobre el Campeador el ambiente castrense y el riesgo en el campo de
batalla, en detrimento del boato cortesano o el confort doméstico.
Más que un cortesano, un
guerrero; más que un vasallo, un aventurero; más que un déspota sin moral, un
señor cristiano.
Porrinas, D. 2019. El Cid:
historia y mito de un señor de la guerra. Desperta Ferro Ediciones.
Peña Pérez, F. J. (2009).
El Cid, un personaje transfronterizo. Studia Historica. Historia Medieval,
23. Recuperado a partir de https://revistas.usal.es/uno/index.php/Studia_H_Historia_Medieval/article/view/4493
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