El verdadero motivo por el cual no hay un estallido en España

Restricciones arbitrarias a derechos fundamentales, peajes en carreteras que ya hemos pagado, impuestos asfixiantes, el paro juvenil más alto de toda Europa, humillaciones constantes de las élites hacia su pueblo…  y mucho más.  España está inmersa en un espiral de decadencia a todos los niveles que está golpeando directamente a las clases medias y trabajadoras, el cual no da visos de terminar.  Al contrario, todo indica que irá a peor.  Ante esto, muchos se hacen una pregunta muy razonable: ¿Por qué la gente no sale a protestar?  ¿Por qué no salta todo por los aires?  ¿POR QUÉ NO HAY UNA REBELIÓN?



En verdad, es extraño que, ante una situación semejante, el pueblo no haga más que tragar y tragar sin reaccionar.  Solo hay un pequeño detalle que nadie parece tener en cuenta: España sí está protestando.  ¿Acaso nos hemos olvidado de las batallas campales en la Cataluña independentista?  ¿De las manifestaciones masivas por George Floyd o Pablo Hasel?  ¿De los disturbios tras la “alerta antifascista” declarada por Pablo Iglesias?  ¿De los ataques contra los mítines de Vox?  Todo eso, señores, es protesta, es rebelión.  Cuando decimos que España no se levanta, lo que queremos decir realmente es que la España DE DERECHAS no se levanta, o lo que es lo mismo, que solamente se levanta la anti-España.

Dicho esto, surge una duda lógica: ¿por qué la España “de derechas” no se levanta, al contrario que la anti-España?  La respuesta es que la España “derechista” no tiene una cultura ni una infraestructura de la rebelión.

¿A que nos referimos con “cultura de la rebelión”?  Nos referimos a la predisposición instintiva, rutinaria, a la protesta violencia.  Hagamos una comparación: cuando estaba en la universidad, uno de mis profesores de Historia Antigua nos daba una explicación posible de porqué los Romanos habían destruido Corinto tras su conquista.  No había motivo alguno para ello, no daba ningún beneficio real a Roma.  Su hipótesis era que los romanos destrozaron aquella rica ciudad porqué no conocían otra forma de proceder.  Al final, no eran más que belicosos campesinos que lo habían logrado todo mediante la violencia; por aquel entonces, al contrario que los griegos, no tenían tradición filosófica ni inquietudes artísticas pronunciadas, como tampoco tenían experiencia a la hora de manejar sus vastos territorios.  Por tanto, simplemente hicieron lo que mejor sabían hacer: castigar, saquear y destruir.  Y eso es lo mismo que pasa con la anti-España y es justamente lo que le falta a la “derecha” patria.  Los primeros poseen una inclinación constante (casi esencial) al amotinamiento y al disturbio, por lo que siguen la misma hoja de ruta agresiva ante cada situación que se les presenta.  En cambio, la “derecha” contemporánea es todo lo contrario: con una confianza extrema en el sistema, los juzgados y las fuerzas del orden, desechó por completo la violencia como forma de protesta, habituándose a otros métodos de presión.  Y aunque estos ahora se muestran insuficientes, no existe en los esquemas mentales del “derechista” medio un protocolo alternativo que incluya la insubordinación.

A continuación, ¿a qué nos referimos con infraestructura de la rebelión?  Supongo que esta situación les será familiar a muchos: uno está enfadado, muy enfadado; piensa que tiene que hacer algo, que ya está bien de que le tomen por idiota; sin embargo, y aunque uno sabe que hay más gente que piensa así, no tiene forma de juntar a un número importante de personas bajo unas consignas determinadas para salir a pelear.  La izquierda no tiene ese problema: tiene tupidas redes de captación, asociaciones universitarias importantes, colectivos y círculos de todo tipo formados por jóvenes pero liderados por adultos (los cuales tienes recursos y contactos).  En resumen, tienen todo lo necesario para organizar un motín en cuestión de horas.  La “derecha” no tiene nada de eso.  Para empezar, apenas hay jóvenes entre sus filas, y los que hay no están dispuestos, en su mayoría, a ir a la guerra; tampoco hay una red de colectivos u asociaciones robustas, siendo las que hay ahora (como Revolutio) jóvenes y aisladas del resto.  En suma, no hay mecanismos para juntar a suficiente personal capaz de quemar las calles.

Después de ver todo esto, debemos ser sinceros con nosotros mismos y admitir que la posibilidad de un estallido por el lado “derechista” es realmente complicado.  En la historia de España, sí hubo casos que lograron que eso fuera posible, pero nada tienen que ver con lo que hay en la situación actual.  Veamos dos de ellos.  El primero fue la reacción absolutista de principios del siglo XIX, que después derivaría en el carlismo.  Los defensores de la tradición provenían de un contexto de extrema dureza como fue la Guerra del Francés, donde por necesidad adquirieron su apego por la violencia (cultura) y de la cual heredaron estructuras, jerarquía u organizaciones idóneas para el combate que después podían seguir aplicándose contra el liberalismo patrio (infraestructura).  El segundo de ellos fue el ejército español hasta el franquismo.  Quizás este es el caso más claro y evidente: una estructura extremadamente jerarquizada, armada y organizada para el combate (infraestructura) unida a una visión paternalista (cultura) según la cual solo ellos podrían poner orden en un país avasallado por enemigos internos y subyugado a un parlamentarismo ineficaz.  De ahí la era del pretorianismo y los pronunciamientos, de las juntas de defensa y los golpes de Primo de Rivera, Sanjurjo y Franco.

En conclusión, muchas veces nos dejamos llevar demasiado por perspectivas excesivamente materialistas o incluso mecanicistas, según las cuales una acción debe acarrear de forma inamovible una consecuencia determinada, cuando la realidad es que la costumbre tiene mucho que decir al respecto.  Hasta que España no llegue a una situación tal que obligue al pueblo a dejar de ver la violencia como un tabú, un levantamiento por parte de fuerzas que podamos considerar más o menos patriotas será inviable.  Pero incluso si este momento llegase, sería necesario construir casi desde cero una estructura operativa funcional que canalizase los impulsos rebeldes y, más importante aún, que asegurase que el espíritu de insurrección se mantuviese en el tiempo.

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