Salazar: corporativismo, nacionalismo y desarrollismo (II). El sueño de la autosuficiencia económica.
Una de las primeras medidas que tomó el nuevo ejecutivo fue la prevención de la “desnacionalización” de la economía portuguesa provocada por la entrada de capitales y productos extranjeros. Esto se realizó mediante la política de condicionamiento industrial, aplicada entre 1931 y 1937. Así, toda operación relativa a la fundación o reestructuración de una gran empresa, así como la importación de materiales, pasaba primero por una revisión por parte de la burocracia, que aprobaría o no el proyecto según su criterio. Además, se aprobaría en 1935 la Ley de Reconstitución Económica (“Lei de Reconstituiçao Económica”), en la que se establecían enormes partidas de gasto para defensa, infraestructuras y agricultura. Dichos gastos se pagarían gracias al superávit presupuestario conseguido por Salazar durante sus años como ministro de hacienda. Aparte de estos proyectos, el estado también se convertiría en copropietario de múltiples empresas estratégicas en campos como el de la electricidad, los transportes o el combustible (Amaral 2019, 127). Todo esto sucedía dentro de un marco enormemente proteccionista heredado de los años anteriores.
Lo anteriormente dicho
adquirió una coherencia mayor en 1945, después de que la guerra pusiese de
manifiesto la fragilidad de la economía portuguesa. Los problemas derivados de la dependencia
externa en materias primas y la escasez provocada por la interrupción del
transporte marítimo dieron fuerza al sector “industrialista” del régimen,
naciendo así la Lei de Fomento e Reorganizaçao de 1945, la cual definitivamente
convertía a Portugal en una economía sustituta de importaciones (Corkill 1999,
20).
A todo esto hay que sumarle un
elemento que había resultado crucial en la llegada de Salazar al poder: el
control de la moneda y las finanzas públicas.
Fiel a sus planteamientos tradicionales en economía, el primer objetivo
del gobierno en lo que al escudo (moneda portuguesa de la época) se refiere fue
garantizar su estabilidad y evitar la hiperinflación. La mejor muestra de ello es la reforma de
1931, la cual devolvió el escudo al patrón oro y, tras el abandono por parte de
Gran Bretaña de dicho patrón, lo ligó a la libra esterlina. Además, también se limitaron los poderes de
emisión del Banco de Portugal (el banco central del país) y se impidió que este
pudiese financiar los déficits del gobierno a través de la emisión de moneda
(Teixeira 1994, 983). Junto a la
disciplina presupuestaria impuesta por el austero primer ministro, estas
políticas obtuvieron los resultados esperados: la moneda se mantuvo estable la
mayor parte del tiempo, a excepción del periodo de la Segunda Guerra Mundial,
durante la cual la demanda de productos portugueses (como el wolframio)
hicieron aumentar enormemente los activos y las reservas del Banco de Portugal,
alterando la circulación monetaria. Sin
embargo, terminada la guerra, se retornó a la senda anterior (op.cit., 994).
El resultado de todas estas
políticas fue, en los años 30 y 40, un desarrollo tildado habitualmente como
escaso. Hay un debate sobre las causas:
por un lado, algunos argumentan que eso fue fruto de la ineficacia del Estado
Novo a la hora de industrializar y modernizar Portugal, pues sus políticas
restrictivas y nacionalistas habrían entorpecido dichos procesos; por otro
lado, los hay que aseguran que el moderado crecimiento de la nación lusa era,
desde el principio, el objetivo del régimen, desde el cual se primaba la
estabilidad por encima de la prosperidad.
Esto, sin contar otros factores como la preferencia del régimen por la
agricultura y el mundo rural, tradicional y sencillo, por encima de la
industria y la ciudad, moderna y egoísta (Mosca 2007, 350). Fuese como fuese, los logros del sistema
fueron muy discretos. Una cosa es cierta,
y es que la llegada de la Segunda Guerra Mundial, en la que Portugal se mantuvo
neutral, supuso para este país una gran oportunidad para la llegada de
capitales y la apertura de industrias.
Así, entre 1939 y 1945 hubo más de cinco mil licencias para nuevas
fábricas, autorizadas bajo la Ley de condicionamiento industrial, y la formación
bruta de capital fijo en la industria se mantuvo en ascenso (Rosas 876, 1994);
es más, hasta los años 50, el PIB creció a un ritmo medio del 2’8%. Aunque esto podría parecer una buena señal,
lo cierto es que los indicadores rebajan el optimismo. La realidad fue que, en 1953, la
participación de la industria, el transporte y la energía sobre el PIB aún no
había superado el 40%, mientras que la población activa ocupada en estos
sectores era apenas del 28%. De hecho,
la mayor parte de los grandes proyectos hidroeléctricos y muchas industrias
básicas (celulosa, metalmecánica, fertilizantes...) no entrarían en
funcionamiento hasta bien entrados los cincuenta. En palabras de Rosas (op. cit., 877):
Cemento, construcción naval, algunos subsectores químicos modernos (fosfatados, ácidos, gas urbano y especialmente refino de petróleo, que comenzó en 1940) y ciertas empresas metalúrgicas para equipos o bienes de consumo fueron, incluso a finales de la década de 1940, islas en un océano industrial marcado por el peso de las industrias tradicionales o actividades familiares/artesanales, por la decrepitud de los equipos, por una formación técnica profesional más que rudimentaria del personal y de la fuerza de trabajo, la bajísima productividad y el reducido tamaño medio (de las fábricas).
Bibliogtafía
AMARAL, Luciano. 2019. The Modern Portuguese Economy in the Twentieth and Twenty-First Centuries. Palgrave Macmillan, Suiza.
CORKILL, David. 1999. Development of the Portugese Economy: A Case of
Europeanization. Routledge, Nueva York.
MOSCA, Joao. 2007. “Salazar e a política económica do Estado Novo”, en
Lusíada 4, 341-364.
TEIXEIRA, Fernando. 1994. “Stock monetário e desempenho macroeconómico durante o Estado Novo”, en Análise Social 29, 981-1003.
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