"Ellos": los promotores de la Agenda 2030 más allá de la conspiración



Es muy habitual encontrar debates y discursos en redes donde se hace referencia al "globalismo", a los "amos del mundo" o directamente a "ellos". Nunca se deja muy claro quiénes son ni qué intereses tienen, pero recientemente ha adquirido mucho protagonismo un proyecto común a todos ellos: la Agenda 2030, plan de desarrollo sostenible al que parece plegarse todo el espectro político de centro e izquierda y que supondría un cambio muy profundo en las sociedades de Occidente. La reciente pandemia de Covid-19 habría servido, según muchos, para dar un empujón a dicha agenda.

Es evidente que hay un movimiento que busca profundizar en la globalización liberal, lo cual provoca, y con razón, la aparición de un montón de teorías sobre intereses ocultos y objetivos distópicos que pueden resultar realmente enrevesados, ser incoherentes o directamente descabellados. Todos conocemos alguna "conspiración" de este tipo, de modo que no nos detendremos en este punto.

A causa de lo anterior, muchas veces se cae en un lugar muy cercano al absurdo que provoca una reacción negativa en la gente de la calle. Por ello, en esta entrada intentaremos realizar una muy superficial y esquemática revisión de los intereses REALES que sabemos que planean sobre Europa. El objetivo es mostrarlos no como un fantasma que nos acecha, grande, invisible e incomprensible, sino como una nueva versión de las mismas piezas que llevan jugando en el tablero de las naciones desde hace siglos.

Los primeros sujetos a tener en cuenta en la promoción de la globalización liberal son los económicos. En mi opinión, hay tres especialmente influyentes: Wall Street (epicentro de los mercados financieros mundiales), Silicon Valley (sede de las Big Tech transnacionales) y George Soros.  Estos son los más interesados en forzar cambios estructurales en nuestros estados, cada uno por motivos distintos.  El último creo no hace falta explicarlo: no es ningún secreto para nadie que financia todo tipo de movimientos a favor de la "sociedad abierta", que es básicamente una sociedad líquida en la que la única fuente de estatus es el dinero (del que él va sobradísimo).  Sus motivos son, en mi opinión, puramente personales.  Wall Street (al que podrían unirse La City, Hong Kong y todas las bolsas del mundo) ha visto su apogeo precisamente en los últimos cincuenta años, cuando la “revolución conservadora” de Reagan y Thatcher desató los mercados financieros y llevó su volumen de negocio a niveles estratosféricos.  Para que nos hagamos una idea: el crecimiento de capitales foráneos en los mercados financieros pasó desde el 5% en la década de 1960 hasta el 47% y el 78% en 2001 y 2012, respectivamente.  Es bastante evidente que los tiburones de las finanzas se mueven muchísimo más cómodos cuando los estados se limitan a proteger sus sedes y a rescatarles cuando quiebran.  No considero que haga falta detenerse mucho más, ya que su motivación para alzarse en pro de la “aldea global” es bastante clara.  Luego, tenemos a los nuevos ricos de Sillicon Valley.  Los reyes de la tecnología y de la red controlan un negocio en cuya misma esencia se encuentra el afán de expandirse, de llegar a cuantos más usuarios mejor, de conectar al mundo entero.  Difícilmente podrán ser nacionalistas cuando su propio negocio no tendría apenas sentido dentro de unas fronteras herméticas.  A través de sus empresas, el mundo aparece como una gran red social, y así conciben ellos el planeta.

¿Cómo actúan?  ¿De dónde viene su poder?  A veces, tendemos a ver sus estrategias de una forma demasiado “hollywoodiense”.  Si uno lee según que afirmaciones, parece que Soros puede controlar desde los laboratorios de China hasta el gobierno de Washington, pasando por las universidades europeas, en compañía de Bill Gates y los Rothschild; si sigue leyendo, uno podría llegar a creer que conocen todo de todos y hasta que son capaces de adivinar el futuro.  Pongamos los pies en la tierra.  Tanto los magnates de Wall Street como los de las Big Tech no son más que lobbies, como lo son el lobby judío o el lobby del petróleo, pero con un poder de presión a escala internacional, al igual que lo son sus negocios.  Del mismo modo que los grupos de presión más pequeños se reúnen en los despachos de Washington o Bruselas para negociar cuantas ventajas van a obtener a cambio de no subir el precio de la gasolina, de seguir financiando cierta campaña electoral o de construir ciertas infraestructuras en determinado terreno, los grandes fondos y las empresas tecnológicas lo hacen en cualquier parte donde llegue su imperio.

En segundo lugar, hay que prestar atención a los agentes políticos, ya que son varios y no siempre coinciden en sus intereses.  Por un lado, tenemos a las potencias hegemónicas (EEUU, China, Rusia…), cuya forma de proceder es la misma que la del resto de potencias que han desfilado a lo largo de la historia.  Alianzas estratégicas, sanciones a los adversarios, Nuevas Rutas de la Seda…  Nada nuevo bajo el sol.  En segundo lugar, tenemos las organizaciones internacionales, entre las que debemos destacar a la Organización de las Naciones Unidas, inventora de la famosa Agenda 2030.  Esta no es más que una reunión de políticos y burócratas sin prácticamente influencia real en el primer mundo (más allá de la autoridad moral).  Otras organizaciones como el FMI, la OTAN o la UE no se mencionan aquí al considerar un servidor que sus intereses coinciden con los de sus miembros más prominentes, ya sean potencias internacionales (EEUU) o regionales (Alemania), un fenómeno que también ha sucedido desde la Liga de Delfos ateniense y que no debería escandalizar a nadie.

A grandes rasgos, creo que estos son los principales jugadores en el tablero del mundo y, más concretamente, de Europa.  Todos ellos tienen sus propias motivaciones y sus propios objetivos (garantizar la rentabilidad de sus negocios, la reducción de la pobreza, la hegemonía geopolítica…), pero hay uno que es transversal a todos ellos y que permea todo aquello que está por debajo.  Es más, ese objetivo es el que da sentido a la Agenda 2030.  No, no es la construcción de un mega-estado europeo de tintes comunistas como proponen algunos; tampoco es la disolución total de los estados para someternos a… algo, como afirman otros sin mucha convicción; ni es la sustitución étnica total, tal y como supuestamente pretende el plan Kalergi.  Es mucho más sencillo que eso y muchísimo más antiguo.  El objetivo está en debilitar lo suficiente a los estados europeos para que no ejerzan un poder real en el tablero internacional (ya sea a través de su fragmentación, de su dependencia económica, de su crisis demográfica…) pero que sigan siendo lo suficientemente sólidos como para no colapsar y dar paso a estructuras totalmente inoperantes o, peor aún, a nuevos estados fuera de control.  Básicamente, países europeos con una soberanía limitada pero sólida.  Es decir, casi lo que tenemos hoy en día.

Y ahí es donde entra la Agenda 2030.  No es una hoja de ruta real, no va a cumplirse nunca, como no se cumplieron los Objetivos de Desarrollo del Milenio.  Se trata únicamente del recubrimiento que han escogido todos estos agentes anteriores para presentarse de cara al público de una forma amistosa y “guay”, como cuando Telepizza se coloca la bandera arcoíris en su foto de perfil de Twitter.   Solo hace falta hablar de como cierto negocio, cierta medida o cierto impuesto va a repercutir en beneficio de la Agenda 2030 y, automáticamente, se convierte en algo positivo.  Veamos un caso descarado en el que se habla de la Nueva Ruta de la Seda, un plan muy sospechoso de fomentar la dependencia exterior de ciertos países hacia la dictadura china:



Además, La Agenda 2030 da sentido a la misma existencia de la ONU, presenta a multimillonarios asquerosamente ricos como los “amigos” del pueblo y junta al grueso de partidos de Europa bajo una misma bandera y un objetivo común: mantener el statu quo.  No quieren volver a la Europa orgullosa de las naciones, tampoco quieren verla reducida a cenizas.  Quieren que esté ahí, ocupando espacio, dando vía libre a sus negocios y a los de los lobbies más influyentes, manteniendo en la medida de lo posible la paz social (que no la cohesión social, no sea cosa que la gente se organice) y dedicándose a proyectos de importancia mínima de tipo “feminista”, “ecologista”, etc.  No, con la Agenda 2030 nos están llevando hacia un nuevo mundo distópico.  Ya estamos viviendo, en buena medida, en la Agenda 2030, o en la Europa para la que fue creada.


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