Las tiranías griegas: cuando libertad y prosperidad no van de la mano
Hay una creencia muy extendida entre la sociedad y muy
especialmente entre los acólitos de ciertas ideologías según la cual el
progreso material y el desarrollo económico conducen inexorablemente a la
democracia liberal que tenemos en Occidente.
Es más, hasta la aparición de China esto era algo que mucha gente daba
por supuesto. Cuanto más puede poseer
una persona, más libertad desea para poder hacer uso de sus nuevos bienes y,
por tanto, más libre será el régimen político que deseará.
Sin embargo, esta creencia no aguanta un análisis
histórico. En esta entrada, veremos uno
de los casos más evidentes de ello, remoto en el tiempo, pero extremadamente
interesante. Y es que en una zona tan
importante para nuestra civilización como es la Antigua Grecia, concretamente
en su época Arcaica (época de formación de las principales polis y de la
colonización griega), el aumento de la complejidad social y de la riqueza
provocó el surgimiento de una de las figuras más denostadas de la historia,
precisamente, por su supuesto gobierno opresivo: el tirano.
Hubo numerosos tiranos en la Grecia Arcaica (entre los siglos
VIII y VI a.C.), concretamente en 27 de sus polis más destacadas. En cambio, no se dio este fenómeno en las
ciudades más pequeñas, que superaban ampliamente el centenar. Todas aquellas que albergaron este tipo de
gobernantes tenían algo en común: la disgregación social a causa del desarrollo
económico. En efecto, la colonización
produjo un enorme aumento del comercio y la llegada de nuevas riquezas a las
metrópolis, donde eran recibidas en gran parte por un grupo social concreto que
solía financiar las expediciones de colonización o saqueo: la aristocracia, el
mismo estamento que acaparaba las funciones de gobierno dentro de los sistemas
oligárquicos arcaicos. Como era de
esperar, este aumento de la riqueza no se extendió entre todos los aristócratas
por igual, sino que comenzó a provocar desigualdades dentro de este sector social,
un sector que hasta ese momento se había considerado como un “grupo de iguales”
y que, poco a poco, veía como dicha imagen se resquebrajaba. Cada vez más desiguales, aparecieron las
rencillas y las facciones; después, de forma natural, surgió la tensión y la
violencia.
No obstante, el tejido social no solamente se rompió por
ahí. El comercio favoreció la artesanía,
por lo que cobraron importancia dos nuevos actores. Primero, aquellos artesanos y comerciantes
enriquecidos que deseaban los mismos derechos políticos que los aristócratas
(el equivalente antiguo a los burgueses de los siglos XVIII y XIX); segundo,
los trabajadores sin propiedad alguna que trabajaban a cambio de un salario,
totalmente marginados de la sociedad.
Finalmente, hay que añadir otro hecho decisivo que terminó
por hacer saltar por los aires la sociedad tradicional heredada de la Época
Oscura. Hablamos de la aparición de los
hoplitas. Reclutados de entre los
pequeños campesinos de los campos griego, estos nuevos soldados y sus novedosos
métodos de combate arrebatarían a la nobleza su papel de guerreros y
protectores, trasladándolo a una enorme masa de gente cada vez más asfixiada
por las deudas impuestas por parte de los grandes tenedores de tierras (los
oligarcas). A partir de aquel momento,
empero, ya no solo tendrían un motivo para odiar a sus cobradores, sino también
una forma de combatirlos. Solo les hacía
falta un líder.
Este líder sería el tirano.
Aquellos que ostentaron este título solían venir de familias aristocráticas,
muy pudientes económicamente y bien relacionadas con otros personajes poderosos
del resto de Grecia (Cilón, aspirante a tirano de Atenas, fue apoyado por
Teágenes de Mégara, mientras que Ligdamis de Naxos lo fue por el famoso
Pisístrato). Esto, unido al apoyo de
parte del pueblo llano, sería lo que permitiría el ascenso de estos gobernantes. En su forma de llegar al poder y de ejercerlo
está el principal rasgo de la tiranía: la ilegitimad. Los tiranos se hicieron con el control por
cauces externos a la tradición, habitualmente de forma violenta, y su autoridad
era totalmente discrecional, no sujeta a las viejas leyes.
Pese a su mala propaganda debido a lo anterior, los tiranos
fueron, por lo general, buenos gobernantes que trajeron prosperidad a sus
comunidades. Pidón de Argos, considerado
el primer tirano de Grecia, aplicó la revolución militar hoplítica en su ciudad
y le dio un desarrollo económico sin parangón, reflejado en sus contactos con
oriente y un sistema de pesas y medidas; la dinastía de los Cipsélidas
(especialmente Periandro), acusados de ser crueles por unos y bondadosos por
otros, trajeron una prosperidad indudable a Corinto, reflejada en su producción
alfarera, sus nuevas grandes construcciones y su peculiar forma de transportar
barcos a través del istmo de Corinto, el diolkos; Polícrates de Samos,
apoyado en las fuerzas hoplitas contra los ricos geomoroi, no solamente
condujo a la polis a su máximo esplendor, sino que la convirtió también
en líder geopolítico de las ciudades de su zona, llegando incluso a establecer
relaciones con persas y egipcios. En las
medidas de uno de los tiranos más conocidos, Pisístrato de Atenas, podemos encontrar
también otro de los rasgos distintivos de la tiranía: su apoyo al demos, al
pueblo llano, incluso contra la propia aristocracia a la que pertenecían. Así, Pisístrato será recordado por sus ayudas
económicas a pequeños propietarios de tierras, las cuales les permitían
mantener su explotación y evitaban la concentración de tierras; la protección y
el fomento de las actividades artesanales y comerciales, convirtiendo a Atenas
en uno de los grandes centros comerciales del momento; acuñación de la famosa
moneda de plata ateniense con el símbolo de la lechuza, en buena parte con
mineral extraído de sus propias minas en Tracia; la construcción de importantes
obras públicas, desde acueductos y caminos a los templos de Zeus Olímpico y
Atenea; por último, una política exterior que otorgó a Atenas la preminencia en
las costas del Mar Negro (de un valor incalculable desde que empezaron a
importar trigo) y el liderazgo entre los jonios.
En conclusión, las tiranías griegas, lejos de la imagen
simplista y horrible que suele encontrarse en la opinión general, fueron
gobiernos con muchas sombras y muchas luces simultáneamente. De ellas, hay que destacar, en primer lugar,
la evidente prosperidad que brindaron a sus polis. En segundo lugar y todavía más trascendental,
supusieron una fuerte puñalada a los sistemas oligárquicos que habían dominado
Grecia hasta aquel momento, los cuales no eran capaces de hacer frente a los
nuevos retos surgidos del desarrollo griego.
Por último, no podemos dejar de extraer una lección intemporal, especialmente
importante en los tiempos que vivimos. Prosperidad
no es, ni mucho menos, sinónimo de libertad, menos aún en el sentido liberal de
la palabra. En realidad, es mucho más
probable que los cambios sociales, frutos de una época de esplendor, conduzcan a
un aumento de la complejidad social y a la disgregación de los viejos lazos,
creando el caldo de cultivo perfecto para el autoritarismo.
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