Antonio Maura: un proyecto económico para un nuevo siglo
Cualquiera mínimamente interesado en la historia contemporánea de España conocerá, sin duda, el nombre de Antonio Maura. Político conservador, presidente en varias ocasiones del gobierno de España y gran adalid de la famosa “revolución desde arriba”, este ilustre mallorquín no fue solamente el impulsor de un nuevo conservadurismo de corte regeneracionista frente al canovismo imperante durante la Primera Restauración, sino también el “padre” de buena parte de la derecha política hasta el advenimiento de la dictadura franquista. De hecho, podemos encontrar en las filas del maurismo a derechistas de todo tipo que destacarían en el futuro, como son el demócrata-cristiano Ángel Ossorio o el monárquico autoritario Antonio Goicoechea.
Son muchos y muy interesantes los aspectos que se pueden tratar
de Antonio Maura, pero en estos párrafos nos centraremos concretamente en el que
fue proyecto económico. Este llama la
atención por algo que, hoy en día, escasea enormemente: su impresionante
concreción. Mientras ahora la clase política
española se limita a agregar propuestas más o menos difusas con influencia a
corto/medio plazo, el proyecto de Maura establecía una hoja de ruta completa
con el objetivo último de catapultar la industria nacional y colocar el país en
el mapa del comercio internacional. No
solo eso, sino que además, siguiendo la estela de los regeneracionistas, consolidó
las nuevas tendencias ideológicas que se alejaban del liberalismo de Manchester
(del cual renegaba) y abrían la puerta a una economía de corte nacionalista y
corporativista.
El eje sobre el cual iba a girar todo el desarrollo económico
iba a ser, ni más ni menos, que la armada.
Esto lo distancia claramente de las perspectivas regeneracionistas
originales, de corte agrarista y defensoras de la política hidráulica como prioridad
máxima. Para Maura, la Marina sería la
base del progreso industrial, tecnológico y comercial, todo en uno. Sus planteamientos pudieron ser puestos en
práctica durante su “gobierno largo” (1907-1909), cuando en 1908 vio la luz la
Ley de Escuadra. En esta pueden verse los
principales rasgos que caracterizarían las ideas económicas de Maura.
En primer lugar, un fuerte nacionalismo que iba más allá del
simple proteccionismo. La Ley de
Escuadra preveía la construcción de tres acorazados, tres destructores, cuatro
cañoneros, diez buques de vigilancia, veinticuatro torpederos e incluso algunos
submarinos. La tarea de fabricarlos recaería
en manos de un conglomerado formado por multitud de entidades españolas (Altos
Hornos de Vizcaya, Española de Construcciones Metálicas, Banco Español de
Crédito, Banco de Barcelona, Compañía Transatlántica…) y algunas empresas
extranjeras, principalmente dos británicas: John Brown & Company y Vickers-Armstrong. Esta nueva compañía sería bautizada como la Sociedad
Española de Construcción Naval (SECN), conocida simplemente como “La naval” o “La
Constructora”. Había, empero, un detalle
importante: los extranjeros jamás podían poseer más del 40% del capital (Velarde
2011,81). Esta ley se complementó, un
año más tarde, con otra que establecía una serie de medidas destinadas única y exclusivamente
a potenciar el sector naval español y los sectores aledaños: primas a la
navegación, primas al carbón nacional, bonificaciones arancelarias para la
construcción naval, reserva de zonas de pesca…
Pero hay otro aspecto fundamental de la visión económica de Antonio
Maura que puede divisarse en toda esta estrategia de desarrollo. La Constructora estaba obligada por ley a “sostener
entidades de Beneficencia y Previsión para los obreros o a fomentar las
instituciones de tal carácter que el Estado funde o sostenga para el personal
obrero relacionado con el Ministerio de Marina” (op. cit., 81). Nos encontramos aquí con la acción social de Maura,
muy importante durante su gobierno largo.
Y es que, en esos dos años, nacieron un importante número de iniciativas
a favor de los trabajadores entre las cuales, por su carácter innovador y transgresor,
debemos destacar dos. La primera es, por
supuesto, la creación del Instituto Nacional de Previsión, antecedente directo
de la Seguridad Social que estuvo vigente hasta 1978. La segunda es la suavización de los
conflictos laborales. Hubo distintos
pasos en esa dirección, de entre los que hay que mencionar las reglas sobre
pactos entre patronos y obreros (1907), las leyes sobre Consejos de
Conciliación y Arbitraje Industrial y sobre los Tribunales Industriales (1908)
y el reconocimiento del derecho a huelga (1909). Las palabras de Maura en la sesión del 21 de
octubre de 1912 sobre esto último dan muestra de su novedosa forma de entender
el conservadurismo:
“La huelga es el ejercicio elemental, incontestable, del derecho de
propiedad del operario sobre su trabajo; es una forma de asociación en que
aporta el operario su actividad como el capitalista sus ahorros, sus pesetas.
¿Hay cosa más elemental, más intrínsecamente legítima, más santa?”
Igualmente interesante es el origen de
estas ideas en el político mallorquín. Tal
y como escribiría Goicoechea años más tarde, el maurismo había recibido la
conciencia social de su sincera fe cristiana, la misma a la que había apelado
años atrás el gran estadista alemán, Otto von Bismarck (Velarde 2009, 220).
Todavía nos faltaría un último
elemento distintivo de la política económica maurista, que es el incipiente corporativismo. Frente a la “mano invisible” del mercado que
había dominado buena parte del siglo XIX, esta fue la época en la que empezamos
a ver con claridad como surgen organismos destinados a organizar, en mayor o menor
medida, la producción de bienes. Durante
el gobierno largo nació el Consejo Permanente de la Producción y del Comercio
Nacional, que tenía como fin “organizar las fuerzas económicas y mercantiles”. Este se dividió en secciones (agricultura,
ganadería, montes, minas e industria) que debían redactar los proyectos de ley y
reglamentos referentes a su rama (op. cit., 223-224).
Todo lo dicho anteriormente no
provocó, ciertamente, una revolución en la economía española. El alcance del proyecto no era suficiente ni,
de hecho, habría podido serlo debido a la eterna pobreza de la hacienda
española. No obstante, sí queremos
destacar lo que ya hemos mencionado anteriormente y que, para nuestros días,
tiene más valor: lo clara y concisa que era la hoja de ruta, así como los
múltiples objetivos que se buscaban conseguir a la vez. Se buscaba, a partir de un solo movimiento (la
construcción de barcos de guerra), potenciar las industrias nacionales
implicadas (como el hierro o el carbón), adoptar tecnología extranjera más
avanzada (mediante las empresas británicas) y dotar a España de una fuerza
naval (o, al menos, un embrión de esta) que a la larga la convirtiese en una
potencia mediterránea, con todos los beneficios comerciales y geopolíticos que
ello implica. Es la misma fórmula que otros
países aplicaron en la construcción del ferrocarril. Frente a la cada vez más inoperante política
del laissez-faire y la multitud de parches y remiendos que el estado español
intenta colocar, de forma desordenada e intermitente, en su maltrecha economía
(propio de un estado sin soberanía real), consideramos que este tipo de
intervencionismo inteligente es el que deberá primar en los años venideros.
Velarde, Juan.
- 2009. “La política económica de don
Antonio Maura”. En Antonio Maura en el Aniversario del Gobierno Largo.
Faes: Madrid, 203-236.
- 2012. “Un siglo de relaciones entre
la armada y la economía española (1808-1908)”, en Cátedra "Jorge
Juan" 67-85.
Comentarios
Publicar un comentario