Conservadurismo y reforma social: Disraeli y el "one-nation conservatism"
La Inglaterra Victoriana se
caracterizó, como es sabido, por el advenimiento de la Revolución Industrial,
el surgimiento de las modernas clases sociales (burguesía y proletariado) y el
ocaso de las viejas formas económico-sociales.
En un contexto de cambio como aquel, el capitalismo industrial se impuso
en el Imperio Británico en su versión más descarnada: hordas de hombres,
mujeres y niños trabajando en las fábricas y las minas durante jornadas
interminables, por un salario mediocre y en condiciones infrahumanas, saliendo
solo para dormir en barrios llenos de inmundicia y enfermedad. Así lo reflejaban los informes de los
comisionarios para las Leyes de Pobres a partir de 1830. Por el contrario, la burguesía triunfal se
resguardaba en las cómodas y lujosas villas de la campiña, en Cheetham Hill, Brougton
y Pendleton (como explica Engels en La situación de la clase obrera en
Inglaterra).
El abandono de las clases bajas y
la indiferencia de las altas movieron a un peculiar político conservador,
Benjamin Disraeli, a escribir una serie de novelas cuya influencia iba a
extenderse mucho más allá de su vida.
Disraeli, como decimos, era miembro del Partido Conservador, poblado
mayoritariamente por miembros de la nobleza.
Sin embargo, sus orígenes eran mucho más humildes y su proyecto de país,
distinto. Sus ideas estaban alineadas
con una facción del partido conocida como Young England. Esta se caracterizó por la idealización de la
Inglaterra medieval y los lazos sociales que unían a los siervos con los
señores, cuyo lugar en el mundo era ejercer de líderes y protectores de los
humildes. Para Disraeli, las clases
acomodadas se habían distanciado de su rol, algo que desaprobaba
profundamente. Esto quedaría patente en
su trilogía, especialmente en la segunda: Coningsby (1844), Sybil
(1845) y Tancred (1847).
Disraeli reflejó la enorme brecha
social que dividía su país afirmando en Sybil, por la boca de uno de sus
personajes, Stephen Morley, que en realidad la reina Victoria estaba reinando
sobre DOS NACIONES:
-
Sí – prosiguió el joven desconocido después de
un momento – Dos naciones; entre quienes no hay relación ni simpatía; que son
tan ignorantes de los hábitos, pensamientos y sentimientos de los demás como si
fueran habitantes de diferentes zonas o habitantes de diferentes planetas; que son
criados de forma diferente, se alimentan con un alimento diferente, están educados
en maneras diferentes y no se rigen por las mismas leyes”.
-
Habla usted de... – dijo Egremont, vacilante – los
RICOS y los POBRES.
Disraeli pensaba que el abismo
que separaba estas “dos naciones” debía reducirse para que, realmente, se
pudiese hablar de Inglaterra como de una sola nación, es decir, un conjunto
orgánico en la que reinase la harmonía.
Es por eso que su visión sería bautizada como one-nation conservatism
o “conservadurismo de una sola nación”.
Este objetivo no se conseguiría destronando
a las élites, sino elevando a los humildes.
Y es que la solución de Disraeli a la cuestión social no es de tipo
“socialista” (por decirlo de alguna forma) sino que hunde sus raíces en un
conservadurismo radical como el de la Young England: un gobierno
paternal liderado por los aristócratas y por la Iglesia, encima de los cuales
está, siempre, la monarquía. Así expresa
en Sybil el proyecto (en buena medida idealista) que debe tener el nuevo
conservadurismo:
El conservadurismo se levantará de la
tumba sobre la cual Bolingbroke derramó su última lágrima, para devolver la fuerza
a la corona, la libertad al súbdito y anunciar que el poder tiene un solo
deber: asegurar el bienestar social del PUEBLO.
Y es que el inglés nunca
consideró la posibilidad de una revolución popular en la que el pueblo llano se
hiciese con el poder. Firme defensor de
las jerarquías, ya dejó escrito en The Spirit of Whiggism (1834):
“Niego que un pueblo pueda gobernarse a
sí mismo. El autogobierno es una contradicción en los términos. Cualquiera que
sea la forma que adopte un gobierno, el poder debe ser ejercido por una minoría
de personas”
Una idea que remarcaría en Sybil
al decir, a través de su protagonista, Egremont, que “el pueblo no es fuerte. El pueblo nunca podrá ser fuerte. Sus
intentos de auto-reivindicación sólo terminarán en sufrimiento y confusión”. Tras eso, menciona que los aristócratas “son
los líderes naturales del pueblo”.
Eso implicaba, por supuesto, que dichos
aristócratas posean conciencia de su papel como protectores de la nación. En su novela Coningsby, Disraeli
critica duramente al viejo conservadurismo y a los conservadores de su tiempo,
llamando al primero “cosa estéril (…) que no engendra nada” y a los segundos “individuos
totalmente inadecuados para las exigencias de la época y, de hecho,
inconscientes de su carácter real”.
Frente a la obsolescencia de los que hay, hace un llamamiento a la
juventud:
Vivimos en una época en la que ser joven
y ser indiferente ya no pueden ser sinónimos. Debemos prepararnos para la hora
que se avecina. Las exigencias del futuro están representadas por millones de
personas que sufren y la juventud de una nación es la depositaria de la
posteridad.
Disraeli llegó a ser primer
ministro dos veces, la segunda durante seis años (1874-80). Si bien durante su mandato logró la
aprobación de algunas leyes en beneficio de los trabajadores (como la Ley de
mejora de las viviendas de los artesanos y trabajadores de 1875), serían sus
escritos los que lo convertirían, después de morir, en un mito para el
conservadurismo. Varios escritores de
finales del siglo XIX y principios del XX lo situaron al mismo nivel que otros
gigantes del pensamiento conservador inglés, como Bolingbroke o Burke; su
principal aportación había sido pasar del más tradicional “Iglesia, corona e
imperio” al “Constitución, imperio y reforma social”. Su influencia fue recogida, por ejemplo, por
el Comité Unionista de Reforma Social.
Uno de sus miembros, Frederick Smith definió sus propuestas como un
“tercera vía” entre el “socialismo radical de Lloyd George” y el
“individualismo liberal” de la era victoriana y que, en aquellos momentos, el
consideraba en decadencia. Ya después de
la Segunda Guerra Mundial, el que sería primer ministro de Reino Unido, Harold
Macmillan, escribió The middle way, en la que esbozaba una acción de gobierno
claramente keynesiana con el mismo fin que sus predecesores: elevar el nivel de
vida de las clases populares sin, para ello, derribar las estructuras de
gobierno y las jerarquías sociales. Así
se expresaba:
No defendemos ni hemos defendido nunca el
colectivismo ni la destrucción de los derechos privados. No defendemos ni hemos
defendido nunca el individualismo de laissez-faire ni la colocación de los
derechos del individuo por encima de sus deberes para con sus semejantes. Hoy,
como siempre lo hemos hecho, estamos para bloquear el camino hacia ambos
extremos y para señalar el camino hacia opiniones más moderadas y equilibradas.
Por último, hay que mencionar que
la influencia del pensamiento de Desraeli siguió extendiéndose hasta el siglo
XXI. Por supuesto, a finales del siglo
pasado se opusieron a la nueva derecha capitaneada por Thatcher, la “dama de hierro”
que convirtió al Partido Conservador en el adalid del liberalismo más radical. Aún así, tras la caída de esta, el
one-nation conservatism se mantuvo, hasta el punto de que, entrado el nuevo
siglo, los tres principales líderes del Parlamento intentaban apropiarse de él.
En resumen, el legado de Benjamin
Disraeli fue esa idea, válida para todos los países del mundo, de que una
nación no deja de ser un grupo humano, unida por lazos sociales enraizados en
la historia, en la que todos sus miembros tienen un lugar y unos deberes para
con sus semejantes (aparte de sus derechos individuales). Las élites no pueden, ni deben, desligarse
del resto de la nación; al contrario, deben gobernar para toda ella,
especialmente para los más humildes, y no como una acción de caridad, sino como
un deber público que debe llevarse a cabo a través del estado.
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